Hacia mediados del siglo XVIII el imperio español enfrenta una compleja situación internacional debido a su rivalidad con otras potencias entre ellas Inglaterra. Esta se había consolidado como potencia comercial gracias la acción de corsarios y otras tácticas navales, que hicieron decrecer el dominio hispano en las colonias. Las disputas con Inglaterra y otras potencias provocaron el aumento de gastos y la necesidad de conseguir mayores ingresos para financiar el costo de los numerosos conflictos. Estos elementos contribuyeron a la perdida del monopolio español en el continente, lo que se manifestó en el aumento del comercio informal en América por el contrabando y el mercado negro, el tráfico y piratería.
La atención que España debió prestar a estos problemas se tradujo en el descuido de la administración colonial, situación que en América despertó una prolongada crisis. Con la llegada Carlos III al poder, considerado un déspota ilustrado, el Estado español comenzó la aplicación de las llamadas reformas borbónicas cuyo objetivo era recuperar el control las colonias en América a través una mayor presión fiscal y la imposición de funcionarios cercanos a la Corona.
Estas reformas golpearon duramente las economías americanas y las pretensiones políticas de los criollos quienes a fines del siglo XVIII, comenzaron a manifestar su malestar respecto de la situación de postergación que sufrían a la hora de ocupar cargos de gobierno.